Sin clemencia.
Ibas y venías.
Te escondiste tras los nombres de las calles, te escondiste en la radio, te escondiste en la pequeña ciudad, te escondiste donde el casero e incluso debajo de mi plato.
Y atacaste.
Y lo disfruté.
Atacaste en mis sueños, en los que reapareciste después de larga ausencia.
Y en vez de soñarte y soñarnos como siempre pero de tantas formas diferentes, por primera vez nos soñé imposibles y por primera vez soñé que no me querías.
Por primera vez soñé la realidad.
Y mírame aquí, haciendo el recuento de los daños.
Con la mirada fija y perdida en el suelo.
Todo lo que pude hacer fue sentarme a escribir.
Supongo que al final, tu madre tenía razón.
Cuando el amor de tu vida no está en tu vida, terminamos por querer a quien nos quiere.