miércoles, 9 de noviembre de 2016

Daniel

Me permití enamorarme en una noche. 
En unas horas incluso. 
Me permití creer en una alineación celestial y me permití la excepción de las casualidades. 
Aún salgo debiéndome. 

Yo era inocente en ese entonces. 
Medio integro. 
Crédulo. 
Capaz del amor etéreo. 
Sin cuerpo. Sin piel. Sin el olor de la carne y la saliva. 

Tengo cosas pendientes conmigo. 

Surge la duda de intentar cerrar tu ciclo permitiéndome el morbo de tu erotismo aún cuando se que no eres mío, mucho menos soy de ti y que eres tú. 

Flagelarme. 

Tocarme pensando que cada vez que tú y el, fuimos tú y yo. 
En tu cuarto, en tu departamento, en la regadera, en el sillón, siendo descubiertos y en el motel por última vez. 

Darme la fantasía de tenerte en la forma más carnal posible para ver si así logro perder el interés. 
Para ver si me asquea imaginar el olor. 
Para ver si termino ignorándote como tú a mí. 

Quiero imaginar que me engañas conmigo y engañarme imaginándote desearme. 

Que el erotismo surge de saber que estuviste con alguien más mientras moría de ganas de ti. 
Que no tuviste el valor de verme los ojos enamorados. 
Que me eleva la temperatura de coraje, que evapora la sangre de apasionarte. 
Que sabe a sudor y huele a sexo la venganza que cobro en ti. 
Que quiero reclamarte. 
Que quiero sentirte tan dentro que me parezca absurdo e improbable que no sientas nada por mi. 
Que debería estar matando al cabrón ese que sí deseas pero prefiero cobrarme contigo y reclamar tu cuerpo en la cama. 

Que la ilusión de manos tomadas, sudor, mordiscos , jadeo, y la cama empapada se convierte en el látigo que yo mismo blandeo tan predeciblemente. 

Que nunca fue. 
Que nunca fuimos. 
Que no. 
Que tú. 
Y que aunque el cobro es una fantasía el látigo es completamente real. 

Después no quiero volver a saber de ti. 



lunes, 21 de marzo de 2016

Magnolia



Perdona, Magnolia, 
que floreces caprichosa  y vives a tu gusto, 
cuando tu llanto provoco cortándote las flores. 

Enorme y frondosa,
con tus grandes hojas a tus hijos proteges;
amargas a quien hace té y de conocerte lo bebe. 

Con los años no entendiste
que de tus enfados y temores
tus flores
marchitan. 

Vives deseando ser el árbol más hermoso
del jardín donde solo tú existes,
temerosa de cualquier rosal,
celas a tu jardinero. 

En la vida prometiste
cuando en tu suelo me plante he de sufrir,
y a Dios ruegas mejor lluvia a mi llegue,
menos plagas en mí coman,
y mejor jardinero me sea justo. 

Porque brote de tu tallo soy,
caprichoso y altanero,
abonado y aumentado. 

Perdono, Magnolia,
tu locura que yo mismo llevo dentro,
que botones de tus flores cargo en mi corazón;
consiente soy que cuando abran
el loco seré yo,
y también yo
seré quien mi llanto provoque cortándome las flores.