domingo, 14 de julio de 2013
Crónica del mudo.
El momento en que te detienes y vuelves a tomar aire,
con la cara completamente empapada,
es en el que sientes el frío de tu pecho;
estás vacío.
Estás rodeado de bolas y trozos de papel.
Las manos escurren de tinta.
Pupilas dilatadas, dientes que rechinan.
Quisieras arrancarte la cabeza,
o el corazón,
o donde quiera que esté tu razón.
Perdiste el control.
Hiciste berrinche, rabieta.
Estás asqueado de tu estupidez.
No te reconoces en el espejo.
Un dolor caliente te hace percatarte de que te has hecho daño con tus propias uñas.
Pasaste del dolor intangible al dolor físico.
Eres un desastre.
Lo permitiste.
Te das asco.
No tienes remedio.
La misma puta historia,
cada vez más peligrosa.
Y te detienes,
y sientes entrecortar tu respiración.
No hay nadie a tu alrededor,
sólo la tenue luz que entra por el domo y el polvo suspendido en el aire.
Lo lograste:
eres un triunfo de enamorado.
Y te detienes,
y te das cuenta de que has pasado de escribir compulsivamente
a gritar y llorar,
y arrojar, y romper,
y romperte,
y por primera vez,
vivir es insoportable.
Ya no cabe lo que sientes en las letras.
Y entonces enmudeces.
Eso fue lo que pasó.
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