viernes, 31 de mayo de 2013

A la fiel.

Al llegar a casa,
un sonido de uñas baja por las escaleras,
salta sobre mi y casi me tira las cosas.
Nadie es más feliz de verme de vuelta.

Mi perra,
que llega y se acuesta bajo el escritorio,
sabe que me siento solo,
y cuando termino de trabajar, me acompaña a la cama.

Ella siempre tan fiel.
Muchos deberían aprenderle.

De la forma más muda,
me hace saber que me quiere;
se sienta conmigo a ver películas los días de lluvia,
aúlla conmigo cuando me pongo a cantar,
me levanta de la cama los fines de semana,
y de vez en cuando, me deja una cucaracha muerta en la puerta.

Ella siempre la fiel.
Muchos deberían imitarle.

¿Qué será de mí el día que ella se vaya?
¿Quién arrastrará el plato para pedirme agua?
¿Quién se enojará cuando la meta a bañar,
y terminará echándome del chorro de agua caliente?

Pobre de ella,
su angustia es genuina cuando no llego a casa.

Ella siempre guardián.
Muchos deberían consolarle.

Ella es mi perra,
faldera y pequeña,
con nudos en su barba,
deshace los míos de la garganta
cuando sólo estamos mi tristeza, ella y yo.

Sólo ella sabe apreciar la tibia disonancia
que exprimo de mis dedos a las teclas;
si pudiera, cual gato se echaría sobre el piano
para escucharme tocar.

Ella siempre tan sencilla.
Muchos deberían complacerle.

Al llegar a casa,
salta y araña mi vientre,
dejando un enrojecido "me alegra volver a verte".
Me hinco y despejo los ojos de la fiel:
"a mi también me alegra tenerte".

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