Te quiero como a la lluvia.
Y nuestra relación, si la existe, es muy parecida.
Amo la lluvia, es refrescante, sonora, relajante, me llena de vida.
Tú provocas eso mismo en mi,
pero no me atrevo a decir que te amo.
Lástima que,
así como al salir a jugar en la lluvia me enfermo,
tú también me enfermes si saliera a quererte.
Te hago lo que a la lluvia cuando llevo indiferencia por paraguas.
Dicen que si amara suficientemente la lluvia no me importaría enfermar,
y saldría a caminar bajo ella en cada oportunidad.
En tu caso, si me importa enfermar, porque a diferencia de la lluvia,
tú no siempre me refrescas,
ni me relajas,
ni me vuelves sonora la vida.
Si no me hiciera tanto daño,
te sentiría como lluvia sobre mí sin remordimiento.
Todo está muy seco por aquí.
Ya hace falta la lluvia.
Me haces falta.
El aire frío y húmedo me recuerda que estoy despierto
y el sonido de gotas que chocan contra la ventana que no tengo,
me recuerdan que estoy soñando.
Así como para decir
que para algo ya es muy tarde: ya llovió.
Literal y figurativamente,
hoy, ya llovió.
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